viernes, 21 de enero de 2011

Μέδουσα


Esas cavernas húmedas a las que tememos entrar y a la vez nos atraen. Dentro gotea y una luz tenue ilumina un laberinto de columnas greco-romanas. Una suave música del lejano (o quizás no tan lejano) oriente suena. En la intimidad de las cavernas peces nadan, en la penumbra apenas pasan los días esperando por nacer del subte al te. Hay señales sutiles de que te vas acercando...empieza por unas cosquillas en el vientre y un nudo en la garganta... las columnas van cambiando de textura... pero ¿acercándose a que? ¿Por que entre a las cavernas? ...la garganta se va cerrando y no se si me imagino o lo veo pero los peces se mueven agitados y hacen brincos del agua a la superficie de fango verde que se mezcla con las milenarias columnas. La humedad es casi inaguantable haciendo el aire mas espeso.... también podría ser que la ansiedad que iba subiendo por los pies al estomago ya me esta asfixiando. Se va haciendo mas obscuro y enta una luz sepia como de fotografía oxidada.... y allí... acorralada por el final o el punto mas perdido dentro del laberinto dentro de las cavernas...si allí donde las piedras respiran y a uno se le eriza la piel... allí se encuentra ella la temida. Su rostro redondo y mirada inexpresiva, rodeada de sus serpientes guardianas. Me parece que espera sin esperar y que esperando detiene a la ciudad. Me parece que se alimenta de la lluvia que se infiltra y llora despacio sobre las cavernas. El agua que cae allí se estanca, y da vida a otros procesos mas locales y menos globales.... a ella llegan para quedarse los cansados de vagar. Extraña es considerada ella que en un velo de misterio se encerró en sus adentros e invento la vida subterránea y el amor a media luz. Muchas serán las historias que se cuenten sobre ella, la que hablo poco y vivió por dentro.
Un loquito de la esquina se decía era el mejor admirador de su interior. Todas las mañanas bajaba, cruzaba sus cavernas y descansaba en su mirada de piedra.... le ofrecía migas de pan a sus peces y a veces se quedaba congelado en su seno. Un día antes de su muerte escuchamos al loquito gritarle a los templos paralelos que lo había conseguido, que ella había depositado parte de sus misterios... la gente rió y las madres alejaron a sus hijos del loquito. Un día más tarde se enseñaba la foto de un loquito que había muerto en la plaza de Santa Sofía. La amarillenta fotografía mostraba a un desgarbado muchacho que años atrás hubiera sido muy apuesto, su rostro demostraba cierto éxtasis atípico de una muerte por hipotermia. Irónica fue la sonrisa petrificada con la que murió; sonrisa mas parecida a la de alguien que dejando de respirar, empieza a vivir.



Gei